miércoles, 14 de octubre de 2009

A LA SOMBRA DEL AYER


Antonio se sentó en un sofá blanco, nítido, moderno y sintió la comodidad de los cojines suaves, después de un día de largo trabajo.  Sonrió para sí.  Previamente, se había servido una copa de buen vino tinto.  Su apartamento no podría estar más ordenado y con el mejor gusto: cuadros, alfombras, buenas pinturas y algunas esculturas  hablaban de un ambiente fino y delicado.

Se vio el traje impecable: una corbata fina de seda, camisa, saco, pantalón importado y zapatos de cuero a juego.  Sonia, su mujer, no tardaría en llegar.  Ella, con su amor y encanto, lo había introducido al mundo del buen gusto y del glamour.  La conoció cuando ya ejercía como arquitecto y al muy poco tiempo, dicidieron unir sus vidas.  Mientras llegaba, puso el Concierto Emperador de Beethoven, su favorito, volvió a sorber otro trago de vino y los recuerdos se le vinieron de golpe ¿Por qué ahora? se preguntaba.

Sonrió para sí, agotó el último pucho de vino y virtió más líquido tinto en su copa.  Sonia no terminaba de llegar.  ¡Tanta lucha por la vida y siempre experimentaba  el mismo vacío! ¡Lo tenía todo para ser feliz! Su mujer era la de sus sueños y, sin embargo, no podía evitar reprenderla por pequeños detalles, como si nada de lo que ella hacía fuera suficiente.  Era como una obsesión, por ejemplo, siempre quería que la pasta de dientes estuviera cerrada, o que el jabón no se deshiciera por el grifo del agua mal cerrado, que la casa -a pesar de que se mantenía nítida- no le entrara ni gota de polvo.  ¿De quien era la culpa? Vivía con la angustia perenne de que Sonia lo abandonaría, de la misma forma que a él lo había abandonado -emocionalmente- su madre.

Sonia entró a la sala, callada.  Sus pasos fueron amortiguados por las alfombras mullidas. Se dirigió a Antonio con cautela, le rodeó la espalda con sus brazos y con un susurro le dijo "hola, estoy en casa".  Él se volteó con una enorme sonrisa que dejaba traslucir la perfección de sus blancos dientes, la tomó por la cintura y le estampó un beso en plena boca.  Era viernes, acababa de salir de una faena de diez horas en la oficina y la noche apenas comenzaba.

2 comentarios:

  1. La inseguridad en sí mismo, hace al hombre ver fantasmas y sufrir en forma innecesaria.

    Luceta

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  2. La mente hay que dejarla libre ya que la perfección no existe y si fuese cierto seriamos maquinas y nuestro corazón no dejaria ver nuestros sentimientos...

    Y cuando en la vida hay algún mal recuerdo no debe llevar de amigo y compañero ya que mancha todo lo que toca...

    Hay que dejarlo en el olvido y no darle ni la minima importamcia, luego ya no eres tu si no ella...

    Una semana llena de besoso color de las momosas floridas.

    Marí

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