Me encuentro rodeada de una gama de altos arbustos. Me cobijo bajo su sombra, y percibo cierto gozo y placer sensual, aparejado a la experiencia. Los colores naturales de sus hojas, inundan mi visión, ante la majestuosidad de sus diversas formas.
Siento el olor a hogar perdido.
Es aquél que antaño tuve, o que quizá en sueños, imaginé. Es aquél
también, donde visualizo a las matronas antiguas, barriendo sus patios, a
la espera del patrón.
Había una dulce quietud debajo
del limonero. Ahí solían frecuentarse –en ágape- los vecinos con sus
viejos relatos. Yo como siempre, escuchaba una dulce melodía, mientras
me arrinconaba, leyendo a los clásicos.
Me siento todas las mañanas a
reflexionar. Por las tardes, cuando contemplo el sol que se ha ido,
medito acerca de lo bueno que me trajo el día por morir.
Es éste el recuerdo de antaño,
de aquellas viejas ilusiones de pertenencia a un grupo, que dentro de mí
jamás murieron. Es quizá aquello que siempre anhelé, y que en el camino
estas ilusiones se vio truncadas por una serie de coincidentes
circunstancias; quizá sea el anticipo a lo que será mi vejez. El reposo
del alma ante la transición y deterioro de mi materialidad.