miércoles, 14 de octubre de 2009

DESMAYO



 

Estaba sentada en la orilla de la banca.  Apenas podía respirar.  Era el olor típico a alcanfor de los hospitales,mezclado con alcohol y heridas de sangre.  Esos olores me llevaron al recuerdo de un incidente durante mi niñez, cuando había caído desmayada en la camilla del mismo hospital, hacía más de 25 años.


Recordé todo el pus que salió cuando me hicieron la incisión.  Estaba recostada en la camilla de emergencias, una cama estrecha en un cuartito mal ventilado y sucio. Aún recuerdo, como si fuera ayer, el enorme tragaluz que veía al centro de los cubículos.  Mis papás me habían llevado asustados y apenas tuvieron tiempo para vestirse.  Todo sucedió en una continuidad de eventos rápidos que no nos permitió hacer una cita decente y tranquila en una clínica particular.

Me había cortado la mano de la manera más tonta.  Iba en el turibús con mis papás, en un viaje a las ruinas de Petén, y como no habían suficientes asientos, me quedé parada sosteniéndome de las varillas de los lados.  Un fino y punzante clavo se me insertó en el dedo gordo de la mano derecha y sólo logré emitir un gritito de dolor que hizo que todos los turistas me voltearan a ver sorprendidos.  Mi mamá, quien iba parada a mi lado, sólo me pasó un pañuelo para que secara la sangre que comenzó a manar de la herida, escandalosamente.

Creo que mis papás se olvidaron del asunto, me compraron un bote de alcohol, me pusieron unas curitas y me enseñaron a limpiarme la herida que era minúscula, pero como  supimos más adelante, muy profunda y no le volvimos a dar importancia.  El dolor era inexistente.  Todas las mañanas me ponía alcohol sobre la herida -eso sí que dolía, pero sólo duraba unos pocos segundos- y me la volvía a tapar con la curita.  Noté a los 3 días que comenzó a emitir un mal olor, pero pensé que eso pasaba con todas las heridas.  Y cada vez que me cambiaba de curita, me salía un espeso líquido blanco.

El día que me llevaron a la emergencia fue aquel en que en la mesa del desayuno mi madre preguntó "¿qué huele en la mesa? y yo cándidamente le respondí "mamá, mi herida, ¿no recuerdas?"  Ella y mi papá me destaparon la pequeña herida y casi se van de espaldas al darse cuenta de que estaba llena de pus.  El olor que despedía era insoportable.  Yo apenas era una niña y no sabía de las cosas del mundo.  Mientras no hubiera tanto dolor, lo demás no me preocupaba.   

Volví de mis recuerdos cuando llegó la enfermera a anunciarme que mi hija estaba bien, que ya podía pasar. El médico me había dicho "espera afuera, sólo serán unos minutos" y esperé en la banquita blanca de los pasillos. No me dí cuenta en qué momento empecé a sudar frío.  El recuerdo de  la herida de mi niñez fue la detonante de mi desmayo. 

1 comentario:

  1. La mente, hay veces, hace reaccionar al cuerpo en formas misteriosas...

    Luceta

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