domingo, 22 de noviembre de 2009

LA CALLE DE LAS CUATRO VÍAS

Pongo el mismo disco que escuché junto a Miguel hace apenas dos años.  La melodía comienza sueve, melodiosa.  Cierro los ojos y el cuerpo se me eriza.  Aún lo recuerdo en aquella salita medio amueblada –por falta de medios- con floreros de vidrio sobre la mesa y aquellas rosas medio marchitas de un rojo tan vivo.
-Te voy a poner uno de mis discos favoritos.  Verá que tiene unas partes muy dulces y otras que no lo son tanto; tiene su razón de ser. Escúchalo y déjate llevar.


Me tomó de la mano, me la apretó levemente, cerró los ojos, puso su cabeza sobre la mía.
-Si cierras los ojos, mejor.  No pienses, no analices, sólo siente, escucha, deja ue te lleve la melodía hasta donde la imaginación te lleve.  Luego lo comentaremos.

Cerré los ojos, sentí la mano de Miguel apretando la mía, me estremecí. Traté de escuchar las notas, me aflojé el cinturóny la piel se me puso de gallina.  Recuerdo que fue un momentoíntimo y de mucha cercanía con Miguel.  Le dí un beso en la cabeza y permanecimos silentes, escuchando las melodías y así perdí la noción del tiempo.

Cuando a los dos meses me avisaron que estaba tirado en la calle con un charco de sangre derramado sobre el asfalto, me quedé de una pieza, temblando.  Sólo unos minutos después pude reaccionar y los sollozo estallaron en medio de la semi oscuridad de nuestra habitación.  El teléfono quedó suspendido en el aire; ya no escuchaba la voz que temblorosa, me hablaba.  Mi cuerpo quedó laxo, me tiré a la cama y me dí cuenta de que no había preguntado en qué calle se encontraba su cuerpo.

Pasarían algunos meses cuando veo en la calle la misma cara del hombre pálido, con ojeras y bolsas en los ojos, de bigotes gruesos, barba bien recortada. Aquél que fue el principal testigo de la muerte de mi marido en la calle de las cuatro vías.  No me vé, gesticula, mueve sus largas manos como creyendo que al hacerlo se va a expresar mejor.  Lleva en sus manos una pila de libros, los paga.  Me le acerca de medio lado, luego de frente, lo veo, trato de reconocer su rostro.  Le miro el lunar posado en la mejilla izquierda.  Es tan negro como el agujero negro en que caí aquel fatídico día de nuestro primer aniversario de bodas.

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