martes, 8 de diciembre de 2009

ILÍNEA



Javier era un hombre muy solitario. Había escogido la soledad porque nunca su naturaleza humana se sintió bien en presencia de la gente. Era una carga que había llevado toda su vida. Le oprimía, había tratado de hacer algo al respecto y no lograba confiar en las bondades de los demás.


Tenía una casa lo suficientemente grande y sin embargo, vivía sólo con un perro, el cual era su único contacto con la vida. El perro le era fiel y le adivinaba su humor y estados de ánimo.

Javier comenzó a darse cuenta de que cuando veía dibujos con personas, le gustaba; de alguna manera llenaba en algo la soledad que por más que quisiera negar, sentía. Así se fue haciendo de una hermosa colección de cuadros artísticos muy bien pintados, los cuales metió en un cuarto vacío al cual le puso el cuarto de los dibujos. Javier no era conocedor de arte, sus cuadros sólo le servían para divagar y soñar con los personajes que veía por largas horas, siempre acompañado por su perro. Les ponía nombre a los personajes y les inventaba historias de vida. A través de ellos, lograba tener contacto –aunque fuera imaginario- con personas.

Tenía la misma rutina diaria: trabajar como auditor de varias compañías sólidas en un cuarto que había arreglado como estudio; almorzaba a solas con su perro y ya finalizada la tarde, cuando había concluído su trabajo, se refugiaba por horas en el cuarto de los dibujos.

En él ocurrían cosas impensables, como por ejemplo que Javier se mantuviera horas soñando con alguna mujer guapa de algún cuadro. Para él no sólo una obsesión, sino una necesidad de su espíritu solitario. Era su refugio contra el vacío y la soledad de su rutina diaria.

Entró al cuarto de los dibujos, puso llave al pasador, –a pesar de que no tenía a nadie que lo interrumpiera- se tiró al suelo con los pies descalzos y con su perro al lado, se puso a observar uno de sus cuadros favoritos. Lo vió con mucho cuidado y comenzó a preguntarse en su mente, quiénes serían los personajes que habitaban dentro de esos suaves y nítidos óleos. Visualizó a una dama de cabellos negros y anchas caderas, a su lado.

Ella le habló con las más suaves palabras. A Javier le costó un poco darse cuenta de que esa dama –de la que siempre se había sentido atraído- ahora le hablaba como un ser humano de carne y huesos.

Ella le contó que se llamaba Ilínea y que el pensamiento de él, tan fuertemente puesto en ella, le hizo reaccionar y encarnarse en mujer. Javier no quería que se fuera y le preguntó qué hacer para sostener su imagen real eternamente. Quería tocarla, asirla, tocarle aunque fuera una punta de sus dedos. Pero se quedó estático como una estatua de madera. Ella le respondió que lo único que sostendría la realidad de su presencia sería el pensamiento y el sentimiento de él, fuertemente volcado a ella.

El perro empezó a ladrar cada vez más y más. Por un momento, Javier se distrajo de la presencia de Ilínea, ya que los ladridos del perro le incomodaron. No entendía por qué de pronto y sin un por qué, su perro se había incomodado.

Cuando el perro dejó de ladrar, Javier volvió la cara hacia Ilínea. Ésta había desaparecido. Nuevamente se percató de su soledad junto al perro, e Ilínea, se veía con una leve sonrisa y un brillo especial colgando de una de las pinturas de la pared del cuarto de los dibujos. Javier nunca supo si fue su imaginación, pero dicen que hasta la vio guiñarle un ojo.

1 comentario:

  1. En la imaginación vaga todo un equipaje, sólo es darle el color apropiado para crearle vida...

    Y Javier en ese momento lo había conseguido...aunque sea un instante, lo suficiente para que su corazón sintiera un dulce calor diferente al que sentía al lado de su perro que tanto quería por ser el único amigo...

    Algo que siempre sucede al abrirse a la vida.

    Una brisa de afectos de esta amiga.

    Marí

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