martes, 20 de octubre de 2009

ENSOÑACIONES


Ana estaba recostada en su vieja cama, en medio de un cuarto pequeño, pero adornado con delicadeza. Nunca faltaban las flores frescas en un hermoso jarrón japonés colocado encima de su cómoda.  Hacía frío y se había puesto un chal oscuro de lana sobre los hombros.  También estaba cansada de tantas noches de insomnio.  Cerró un poco los ojos y se dejó llevar por los recuerdos que acudían a su mente de los días de su niñez, cuando quería crecer rápido y llegar a ser una mujer adulta.

A Ana se le vinieron las imágenes nítidas y claras: Ella y Beatriz haciendo una larga fila en estricto orden para pasar a los sanitarios, en cuarto grado de primaria.  Se hacía en las horas del recreo, previo a los juegos y a la refacción.

Esta fila se hacía a un lado de un viejo patio, en un corredor y largo y angosto, techado, que desembocaba en un solo baño. En medio del patio había un árbol frondoso que emergía del medio y que los niños usaban para amarrar las pitas que les servían para sostener una vieja llanta que usaban como columpio.

Mientras hacían la fila, Ana y Beatriz -que eran inseparables- aprovechaban para charlar un rato y dejar vagar sus fantasías de niñas.  Uno de sus más grandes anhelos era crecer y volverse mayores.  Para ellas ser adultas equivalía a alcanzar los 15 años y obtener su libertad.  Se decían entre ellas que ya estaban cansadas de que los mayores las obligaran a estudiar y a obedecer: que si los horarios de las comidas, de las levantadas tempranas, los estudios, que si no hagas ésto o aquéllo.  Tenían constantemente vivir para las órdenes de los adultos.  Según ellas, todo lo dictaban los mayores, absolutamente todo.  Y Ana y Beatriz ya estaban cansadas de obedecer.  Ser mayores era para ellas el secreto de la felicidad.

La fila hacia el baño pasaba rápido, pero mientras esperaban su turno se decían con las miradas brillosas que cuando crecieran podrían irse solas en el carro a la capital y quizá, por qué no, quedarse a dormir juntas en uno de esos lujosos hoteles con grandes tinas donde podrían bañarse con espumas y sales.  Podrían conversar, reírse; y luego salir y verse ante el espejo para verse lindas, antes de ir a una fiesta o salir con algún muchacho.

La directora solía pararse a la entrada del baño para agilizar la cola y el orden.  Y sin proponérselo, logró escuchar la conversación entre Ana y Beatriz, que en su entusiasmo precoz, lo gritaban a todo pulmón.  Así de directa y firme como era la directora, les dijo que la niñez era la época más linda de la vida, que lo constatarían cuando se hiciesen mayores.  Volverse mayor -según la directora- era empezar con los problemas y sufrimientos y comenzar a perder la inocencia para ver la vida desde otra perspectiva menos fresca.  Las niñas se callaron, los ojos y las bocas las abrieron por la sorpresa y dentro de sí, Ana pensó que la directora se había chiflado.  ¿Quien deseaba ser niña?

Ana se apartó de su ensoñación y volvió al presente por el ruido de la jarrilla que dejó puesta en la estufa.  De pronto recordó que había puesto el agua a calentar para tomarse su café de las tres de la tarde.  Le era difícil moverse por los ataques de reumatismo.  Lo hacía, pero con mucha dificultad y esfuerzo.  Siempre el mismo dolor en los huesos.  No en balde habían pasado más de 72 años desde aquellas charlas de su niñez.

Se incorporó del sofá con visible esfuerzo y se encaminó a la cocina con pasos lentos y cortos.  No pudo evitar sonreir de lado y pensar con cierto aire de tristeza y melancolía que la vieja directora tenía razón.  Sin duda alguna, esos años de niñez habían sido los mejores de su vida.  Ésta se le había pasado rápido, había envejecido y todavía ahora se seguía preguntando si todas sus luchas habían valido la pena...

1 comentario:

  1. Siempre la época pasada es la mejor, sobre todo la niñez, en donde no hay responsabilidades existenciales, sino sólo estudiar, aprender y crecer. Pero una vez dejada la niñez, me parece que es deber del individuo hacer cada etapa de la vida la mejor, el presente es duro en ocasiones, pero eso nos templa y nos lleva a una madurez grata, responsable y enriquecedora. El cuento es muy bonito.

    Luceta.

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