jueves, 15 de octubre de 2009

TRAUMA


Estaba casi dormida, cuando escuché sus pasos en medio de la noche.  Mi corazón latió de prisa, porque intúia, adivinaba... Sí, era él con todo el ímpetu de su dolor y de su cólera asesina.

-Levántate, dijo.  Me levanté de un salto, sientiendo el peso de mi angustia y de mi culpa.  Lo tenía enfrente, pálido, desencajado, desorbitados los ojos, reprochando mi supuesta traición y mi mentira.

A cada palabra, yo muda, retrocedía, casi paralizada por el miedo de su intensa mirada y de su rabia.

Cogió un cinturón, y con toda la fuerza de su recia virilidad, desató en cinchazos contra mí, su furor.

 -Dí algo, me decía.

Yo callaba, asentía en silencio al castigo, suponiendo en mi tierna edad de quince años, que me lo merecía.

Un grito en medio de la noche rompió el silencio. Era el dolor de mi carne lacerada.  La compasión no lo detuvo, su ceguera era locura.

Me tiré encima de su cama para amortiguar mi dolor, pero el látigo seguía  quemando más intensamente mi blanda carne.

-Suéltala, dijo una voz detrás de mí.

 Salí corriendo en medio de la noche, liberándome de esa batalla sin nombre y sentido. Ahí, en la oscuridad, unos brazos amorosos me arrullaron.

Jamás olvidaría esta experiencia que en adelante, marcó toda mi vida.

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