lunes, 2 de noviembre de 2009

SUEÑO


Es una noche tranquila y sólo escucho a lo lejos las olas del mar, la brisa del viento y mis pensamientos que no cesan de interrumpir esta necesidad de dormir y alejar para siempre tu presencia que me perturba.

Mi almohada está mojada, gruesa lágrimas la han empapado: tengo los ojos apagados, mustios, rojizos, y los párpados bien hinchados.  El llanto suave, pero perpétuo, no cesa de importunarme.  ¡Es que te extraño tanto! Añoro tu presencia en esta cama helada que ya no puede calentar mi cuerpo  apagado. Extraño la caricia tibia que cada noche, al despedir el día me dejabas impresa en mi piel húmeda. En esta larga noche, inacabable como mi amor por tí, te hablo largamente al oído, como si mi conversación imaginaria la hiciera delante de tu presencia viva.  Estás tan cerca y a la vez tan lejos: cerca en mi corazón, lejos en el tiempo de nuestros contactos diarios.  Quisiera borrar de tajo esta impresión que dejaste sellada en mi piel y mi alma y no logro arrancar esa presencia fantasmal que me persigue y me asedia, como si toda mi vida se centrara en revivir ese pasado.

No, no estás aquí, y salto dimensiones de tiempo y espacio para reencontrarme en el calor de tus brazos, de tus besos que me dejaban  con esa tibia sensación de existir; como si mi existencia dependiera solamente de esas vivencias.

El dolor me acosa y me pincha ahí, justo ahí donde ponías tus labios; en aquéllas noches en que después de poseerme me decías tiernamente que me amabas... me susurrabas las mismas palabras, que de decirlas te las creí "nada ni nadie podrá apartarme de tu lado".  Y te creí a juntillas todo aquello, porque era mejor seguir creyendo; siempre las mentiras duelen menos hasta que comprobamos que no son ciertas.  Nos engañamos una y otra vez sin  sospechar que el precio de la ignorancia es el dolor agudo del mañana. 

Aún ahora, en que todo lo veo con una claridad pasmosa, recurro a tí porque a pesar de todo, sería más dulce la mentira que esta amarga realidad actual.  Deseo que vuelvas y que me rodees con el calor de tu aliento, ese aliento dulce que absorbía mi boca como queriendo tragarse mi respiración.  Sabía que necesitabas sentirte presente y en ese intento usabas todos tus instintos; posabas tus manos en mis muslos, recorrías mi piel dormida y la despertabas poco a poco, hasta llevarme a los límites absurdos del delirio.  Tenías esa magia que reconozco, era tuya; esa magia que seguramente has desgastado de tanto usarla con mujeres anónimas.  Es tarde... y continúo viéndote, experimentándote, ¿hay culpa en no poder olvidar? De la forma en que te amé, sólo es posible una vez.  ¿No veías que en mí puedieras haberte redimido de todas tus carencias? ¡Ciego, sordo! caminas por la vida como si tu existencia fuera eterna; la vida también caduca y ahí, en tu último aliento, me recordarás, sabrás que fuí yo la única que pudo salvarte del tedio, de la monotonía y de los días sin razón. Sí, me recordarás una y otra vez, quizá ahí mismo vuelvas a saber quien soy y qué representé en tu vida.  Pero será tan breve que ya no habrá espacio para que nuestra piel se enrede en nuestros cuerpos. Sólo habrán palabras, viejas, gastadas y una que otra lágrima de arrepentimiento, lo veo venir... pero aquéllo que fue vivo, que dejó nuestros cuerpos con sensaciones plenas... eso sólo pudo darse cuando aún nuestras fuerzas y sentimientos eran vírgenes, cuando no había más que inocencia y una entrega realizada en la profunda convicción de nuestro amor, único e irrepetible.

El sueño me viene, ya te dije todo lo que tenía en mi agotado corazón.  Me duermo y quizá ahí vuelva a revivirte y encontrarte; es un lugar ideal  para seguir creyendo.  Creyendo en ese sueño en el que sólo yo participé.  ¡Triste! Ese juego era de dos...

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